viernes, 17 de febrero de 2012

Crónica de mi barrio


Contrastes


Almagro es un barrio de edificios. Y cada vez más. Hay en construcción alrededor de treinta. Sin embargo, todavía sobreviven pequeños oasis de casas bajas, donde la urbe se relaja y Almagro deja de ser parte del inhóspito centro porteño, para convertirse en un barrio más hogareño. Por eso es indispensable, para comprender mejor su esencia, dividirlo en dos: Almagro “Centro” y Almagro “Oasis”.


Por el este se le cuela un poco de Once, con su desidia nocturna y sus calles con construcciones pero sin hogares. Por el sur y el oeste se le asoman Caballito y Boedo, compartiendo sus casas bajas. Por el norte lo empuja Palermo, con sus inmobiliarias que no dudan en mentirle a sus clientes y robar pedacitos de barrios ajenos para cotizar más alto sus ventas. Y por el centro, como las grietas que dejan los terremotos, lo atraviesa la vía del tren Sarmiento. Los vagones circulan a siete metros bajo la tierra, pero a cielo abierto. Por eso es el barrio con más puentes de Capital Federal. La diversión por excelencia de los nenes y padres está en esperar en el puente a que pase el tren por abajo y decirle chau. A veces los maquinistas están de humor y tocan la bocina, para deleite de padres e hijos que por un segundo se ven embargados por una felicidad tan tonta como real.


Paralela a la vía, se extiende la calle Lezica. Entre Medrano y Gascón, esa cortada se convierte en un micromundo. A sólo dos cuadras de Rivadavia y Medrano, la intersección más caótica de Almagro “Centro”, la paz del pasaje la preserva una cápsula transparente, que no deja entrar los ruidos, ni los edificios, ni el humo de los colectivos, ni la histeria de los peatones. Sólo el galope metálico del tren invade sin permiso. Los moradores de ese submundo hablan bajito entre ellos cuando lavan el auto en la vereda, dicen que para no despertar a sus vecinos de la siesta. Pero además es porque en esas cuadras rige una dinámica propia, ajena al apuro de los que viven afuera. Es la sección más grande de Almagro “Oasis”. Hay otras dos, más pequeñas. Sobreviven porque los colectivos no las atraviesan y los oficinistas, que siempre están llegando tarde a algún lado, tampoco.


Todo Almagro tiene ochenta y tres manzanas, trescientas treinta y dos esquinas, diez hoteles alojamiento y cinco iglesias. La de la virgen Itatí cobra mil pesos por casamiento. La de Don Bosco pide tres mil quinientos por la bendición divina para las parejas. La Iglesia Universal del Reino de Dios no hace casamientos, pero todos los viernes reúne alrededor de mil personas para la misa de liberación, donde la gente cuenta cómo Dios curó sus enfermedades. Además, la iglesia tiene un equipo de seguridad asombroso, que se aposta a lo largo de todo el edificio (antes era el Mercado de Flores), para cuidar la propiedad privada de su Dios. La cuarta también es evangelista y se llama Millón de Almas. Ubicada en el ex cine Roca, es un poco más humilde: ofrece la redención divina bañando a sus seguidores en una Pelopincho de agua bendita. La última es la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, con uno de los edificios más tenebrosos y lúgubres de Almagro “Centro”.


Cuando el Mercado de Flores cerró, parecía que también era el fin de los puestos minoristas de sus alrededores. Pero lejos de eso, los locales crecieron. Gracias a ellos el barrio tiene su propia primavera todo el año. Sus principales clientes son los que visitan internados en el Hospital Italiano.

En el bar de esa pequeña ciudad comen mil médicos por día y tres mil pacientes.


Almagro Centro tiene once estaciones de servicio y una sola plaza. Una comisaría, pero siete centros culturales. Está Las Violetas, bar histórico y fino, pero también están Los Viciosos de Almagro, una de las mejores murgas de Capital Federal. Conviven la ORT, colegio privado exclusivo, con el bachiller popular del IMPA, fábrica recuperada por sus trabajadores. Está el club náutico de Hacoaj, y la fundación Arte Sin Techo. Hay siete secundarias públicas y diecisiete privadas.


Este barrio ubicado en el centro geográfico de Capital Federal, encabeza junto con Balvanera, San Telmo y la Boca la zona con mayor índice de edificaciones tomadas. Entre ellas está Gascón 123, con varias ordenes de desalojo encima. Hace veinticinco años que están instalados, pero nunca falta el informarte de la policía, como la señora rubia cincuentona que vive en Díaz Vélez y Gascón, que señala con dedo acusador a Los Pibes del Puente. Ellos mismos se denominan así. Tienen su esquina señalizada con un altar al Gauchito Gil, frente al edificio, aunque no todos viven ahí. Cuando la señora rubia y los vecinos duermen empiezan las disputas barriales. Los Pibes del Puente tienen una puja con los de otra casa tomada en Gascón y Perón. Estos últimos, más agresivos, son nuevos en el barrio. Los límites están bien marcados, hasta Díaz Vélez cada uno tiene su zona. Cuando alguno se pasa, es cuando empiezan las corridas y los gritos.


Los Pibes del Puente aseguran que la policía recluta a los de Perón para robar autos. En la Comisaría 9 dicen que no reciben casi denuncias por robos de autos, pero sí por arrebatos de celulares y carteras, afirman que “es una zona tranquila, no hay crímenes raros”. La policía, sólo la federal, está presente más que nada en el horario bancario. También están presentes los vidrios rotos de los autos en el cordón de la vereda, sobre todo por Gascón, pasando Díaz Vélez, frente al Hospital Italiano.


Por el costado de este hospital, nace la cortada King. Segunda sección de Almagro Oasis. Tiene sólo una cuadra, ningún árbol, y las casas son mucho menos pudientes que las de Lezica. A la vista de un transeúnte apurado no es más que una callecita de veredas angostas y desoladas. Durante el día, la remisería Rivadavia estaciona sus autos a lo largo de la calle, y algún que otro conocedor corta camino. Pero de noche, sin más visión para los mortales que lo que aportan los focos naranjas de sólo dos postes de luz, King cobra vida, pero, aparentemente, para otros seres. Los moradores de este oasis aseguran que cosas raras suceden. Que ven sombras, escuchan voces y cuando se asoman a la ventana no ven a nadie. Cuatro chicas que se refugiaron en su oscuridad para fumar marihuana por primera vez, afirman que ni bien se sentaron en el cordón para prender el cigarrillo, un viento las empujó de atrás. Era una noche de enero y no corría una brisa, sin embargo esa ráfaga fue lo suficientemente fuerte para hacerlas tambalear. Los vecinos de los alrededores nunca vieron nada raro, pero evitan ese lugar porque les da desconfianza. “Malas vibraciones”, le provoca a la moza del bar Demmy, a la vuelta del pasaje, caminar por King.


A una cuadra de la cortada, están los trapitos del Hospital Italiano. Al principio, los vecinos clase media los miraron con desconfianza. Hoy, les dejan las llaves para que les laven el auto. Otros trabajadores callejeros que ya se ganaron su espacio, pero todavía no la confianza de los vecinos, son los limpia vidrios de Medrano y Mitre. Casi siempre son cinco, pero uno destaca sobre el resto. Cuando sus compañeros se escapan a fumar algo a la plazoleta pegada a la vía, él se queda y sigue juntando monedas. Cuando corta el semáforo de Medrano corre hacia Mitre, cuando este corta corre hacia Medrano. No para casi nunca. A veces charla con el señor que atiende la florería. Antes vendía las flores en la esquina, y se quedaba toda la noche vendiendo porque no tenía dónde guardar su mercadería. Hace un año pudo alquilar un local a pocos metros. El limpia vidrios incansable cada dos o tres semáforos cuenta las monedas, y los demás le preguntan cuánto juntó, si ya se va. Solo interrumpe su tarea cuando sale la rubia de pechos operados que vive a lado de la florería. Saca a pasear a su pequeño perro por las mañanas. El señor de la florería dice que la vio actuar en una película pornográfica. Pero el misterio del limpia vidrios incansable no está resuelto. No tiene familia, ni hogar que lo espere, no hay aparentes motivos que lo hagan distinguir de entre sus compañeros. Sólo funciona a un combustible especial.


Las estaciones de servicio de Almagro Centro son el ojo que todo lo ve. Sus empleados podrían ser testigos de múltiples juicios o escribir novelas de no ficción. Saben si los maridos vuelven borrachos, si las esposas bajan de autos con vidrios polarizados, si los hijos fuman en la esquina. Saben si la vecina del sexto D se peleó con el novio, o si la de cuarto A no levantó la caca de su perro. Saben el quién, el cuando y el cómo. Pero esa información esta vedada para los mortales, sólo la comparten con los otros seres omnipresentes del barrio: los porteros de los edificios.


También pueden dividirse en dos grupos, como Almagro. Ambos saben todo, de todos. Pero su diferencia es sustancial, y radica en que unos hacen lo imposible para enterarse de más chismes, y a los otros no les importa en lo más mínimo, y hasta les irrita, la vida de los demás. Es el caso del encargado de un edificio en Palestina, entre Corrientes y Humahuaca. Él admite que sabe muchos secretos ajenos, pero porque no tiene opción. Es el que está presente las veinticuatro horas del día. Sabe sin querer, y ya le molesta. Y que como él, hay muchos, afirma. El encargado de un edificio en Diaz Velez y Acuña de Figueroa es uno de ellos. Odia que lo pongan en la misma bolsa que los demás porteros, porque dice que, encima, él ni siquiera desperdicia agua cuando limpia la vereda. A los del segundo grupo se los reconoce a la legua. Se juntan con el colega de al lado cuando limpian la vereda, y mientras dejan correr el agua como si no fuese potable, intercambian información. Siempre están ahí en el hall, con el cuello estirado mirando quién sale, quién entra.


En Almagro “Centro” también hay situaciones ocultas. Que se cuelan en la vida diaria del transeúnte hasta que se le convierte en naturales, en parte del paisaje. El habitante del centro tiene que hacer un doble esfuerzo para verlas, porque para él la calle no es más que un lugar de paso. Pero en Díaz Vélez al cuatro mil el paisaje cambió radicalmente durante el último mes y hasta los vecinos se dieron cuenta. De un día para el otro, los taxis dejaron de estacionar en la esquina con Acuña de Figueroa y se mudaron setenta metros para atrás, hacia Gascón. Radio taxi Buen Viaje tiene su sede sobre un estacionamiento que atiende un hombre llamado Nicomedes. A los clientes les dice que se llama Nicolás, pero a sus compañeros de vez en cuando se les escapa y lo llaman por su verdadero nombre. Nicomedes tiene la costumbre de abrir el capó de los autos para mirar el motor, cuando sus dueños le dejan la llave. Buen Viaje hace esperar las llamadas a sus taxistas enfrente de lo de Nicomedes, en el bar Los Amigos. Antes esperaban en el restaurante Lo De Mario, pero Mario los echó. Dice que fue porque había un hombre que no era taxista, que recaudaba el dinero de los viajes y de otras cosas. Afirma que ese hombre, además de ser barra brava de River, vende armas. “Ni una cosa, ni la otra”, asegura el de la gomería de al lado del estacionamiento. Cuenta que lo que sucedió, es que el hijo de Mario se junta en el bar del padre con sus amigos motoqueros, y cuando el bar se les llenó de taxistas pusieron el grito en el cielo, porque ellos eran los “dueños de esa esquina”.


A una cuadra esta la fábrica Felt Fort, instalada hace ochenta y cuatro años en el barrio. Micros y más micros de escuelas llegan todas las semanas para que los chicos conozcan la fábrica de fantasías, con las últimas tecnologías y sus instalaciones pulcras. Los empleados hacen cola al mediodía para empezar con sus turnos de trabajo, junto las coupés estacionadas de sus patrones. En la tierra de Ricky Fort los empleados denunciaron despidos injustificados y trabajo en negro. A cinco cuadras de distancia, está el polo opuesto: la fábrica de aluminio recuperada por sus trabajadores, el IMPA. Es una fábrica inmensa, con muy pocas zonas en funcionamiento, pero que los trabajadores logran llenar con cursos, un centro cultural, obras de teatro, el bachiller popular y la recién estrenada Universidad de los Trabajadores.


Sobre la calle Querandíes, paralela a vía, donde está en IMPA, se ubica el tercer sector de Almagro “Oasis”. Esta calle tiene solo tres cuadras. Luego cruza Río de Janeiro, cambia de nombre, y pasa a ser parte de Caballito. Pero mientras le pertenece a Almagro “Oasis”, la conforman una serie de características únicas. Tiene la fábrica, con su monótono y aliviador golpeteo seco, metálico, de las máquinas en funcionamiento. Cuando andan, quiere decir que hoy tampoco los van a desalojar. Los vecinos del sector están pendientes de escuchar la banda sonora del IMPA, para no salir corriendo a ver qué pasó. A Querandíes la corta Pringles, que termina en la vía, dejando sólo un puente peatonal para cruzar. Los adolescentes de la calle cruzan al otro lado para jugar a la pelota sin la supervisión de los adultos, y a los chiquitos no les queda otra opción que quedarse del lado vigilado de la vía. Pero en el pasaje Libres es cuando el oasis alcanza su esplendor. Las abuelas toman tereré en la vereda, los chicos ven pasar el tiempo abajo del árbol y la vida transcurre en la calle. Como si fuera un pueblo. Es esas tres veredas, hasta la transitada Yatay, el tiempo pasa más lento, no hay más ruidos que el metal del tren y la fábrica. Los gritos de los chicos jugando a pelota, las ruedas de un auto perdido en el empedrado, las vecinas charlando.


Almagro es centro, y es oasis, es caos y es chicos jugando a la pelota en la calle. Es riqueza y es pobreza. Almagro es contrastes.

viernes, 10 de febrero de 2012

Entrevista a Luis Mattini.

Retrato del verdadero militante


Callao y Corrientes. Cinco y media de la tarde. Lo busco entre la multitud. Estoy segura que lo voy a reconocer de lejos. Que un ex líder del PRT no puede mimetizarse tan fácilmente en el mundo de oficinistas sordos. Es más, creo que resaltará entre la gente instantáneamente, como un caballo blanco entre miles de cebras. No es posible que un hombre con tal historia se vea igual que un empleado gris. Pero no. No hay diferencia. Lo reconozco sólo cuando logro ver bien su cara y mi cabeza hace la inmediata comparación con la foto que había visto en internet. “Así que es éste”, pienso. Este hombre grandote, de anteojos y traje. El sí parece haberme reconocido desde lejos. Se acerca directamente a mi y me extiende la mano: “Buenas tardes, soy Luis Mattini”.


Caminamos dos cuadras hasta su departamento. Este señor de setenta años se agita al andar y arrastra los pies. Llegamos al edificio y me señala su balcón, con orgullo. Es el único que tiene plantas, ¡y cuántas!. “Las cuido yo”, aclara. Dice que varias veces le pidieron que las saque por si alguna maceta se cae y aplasta a alguien. “Eso no tiene sentido, aparte ni loco, son mis plantas”. Entramos al departamento de un ambiente, dividido por un separador de madera. Del otro lado está la cama y una pequeña mesa con la computadora. Me siento en un sillón individual pegado a un enorme escritorio de madera, mientras Mattini se saca la corbata. Las paredes que no cubren las dos enormes bibliotecas, están empapeladas por posters o fotos. Algunas en blanco y negro, otras en color. Cortazar me mira fijo desde un cuadro a lado de la puerta, como vigilándome. Atrás mío está la cocina, con un fernet Branca en la mesada. “Los de La Nación sacaron una nota que me dio vergüenza. Ya cuando tenia trece o catorce años jugábamos por la coca cola con fernet, y estos dicen que es una tendencia nueva”, se ríe Mattini. El ex militante y dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores, y uno de los fundadores del Ejército Revolucionario del Pueblo, señala a los personajes congelados en las fotos: “Este es mi hijo menor, con mi mamá. Y este es mi hermano, también militante del PRT y desaparecido en la última dictadura”.


Su verdadero nombre es Arnold Kremer, aunque todos lo conocen como Luis Mattini, identidad que adoptó cuando entró al PRT en 1968. Nació en Zárate en una casa modesta, con padre y madre empleados de un frigorífico, del que vivía la mayor parte de la ciudad. Terminó la escuela primaria en Lima, el pueblo dentro del partido de Zárate que alberga la central atómica de Atucha. Como allí no había escuela secundaria estudió dibujo por correspondencia. A los trece años se mudó a la ciudad y entró a la Escuela de Aprendices Operarios de la Marina de Guerra. Ahí aprendió el oficio de herrero industrial. Pero desde mucho antes Arnold ya se parecía a Luis. “Tuve una infancia peronista, con todo lo bueno que eso tiene: todos los nenes teníamos juguetes. Pero en la escuela enseñaban religión, cosa que todo el mundo se olvida”. Casi como ya sabiendo esto, un día, en cuarto grado, se plantó frente a la maestra y le dijo que él no quería estudiar religión porque no creía. La maestra puso el grito en el cielo y llamó a sus padres, ateos, para hablar sobre la necesidad de que el futuro guerrillero tuviera una religión. Al poco tiempo tuvieron que volver, porque Arnold le replicó a la maestra, durante una clase sobre la Segunda Guerra Mundial, que no entendía por que hacía tanto escándalo con los alemanes, si en definitiva los que se habían metido con nosotros eran los ingleses. Mattini se mata de risa cuando recuerda esas anécdotas: “Siempre fui cuestionador, después mi papá me explicaba que había ciertas cosas que era mejor no discutir”. Su padre no se metía en política, en su casa no eran militantes. Pero sí hablaban mucho de cómo era Argentina cuando ellos eran jóvenes. Le contaban cómo habían sido explotados en el frigorífico cuando estaba en manos de los ingleses. Así que para Mattini fue como si hubiera vivido en carne propia la década de 1930.


Cuando tenía quince años se acercó a la biblioteca José Ingenieros: “Esa fue mi universidad”. Mattini no tiene ni siquiera título secundario, lo único que lo alegra es que Borges tampoco. Su padre lo motivó a contactarse con la biblioteca, ya que frecuentaba mucho el club Dorrego, donde se la pasaba jugando al billar. Ya de chico estaba acostumbrado a los libros: su papá le decía que como eran pobres no iba a poder viajar, entonces tenía que leer. Un día, casi de casualidad, agarró una biografía de Marx y Hengels. Mientras cuenta esto hace la mímica del momento: extiende hacia arriba las palmas de las manos, como si sostuviera el libro, y abre grande los ojos, cómo quien acaba de descubrir la respuesta a todas las preguntas. Cuando lo devuelve se encuentra con el alemán que le pregunta si había entendido lo que acababa de leer. Le responde que sí, con la pedantería de cualquier adolescente. “No, usted no entendió”, le contestó el alemán. Entonces le explicó lo que era el marxismo. Y así se convirtió en su maestro, por varios años más. Este hombre había sido del grupo espartaquista en Alemania, un movimiento revolucionario, cuya figura principal fue Rosa Luxemburgo, quien mantuvo en sus años de vida cierta posición crítica hacia la revolución bolchevique. Por eso de muy joven Mattini se hizo marxista, pero, según él, con la ventaja de que su maestro no provenía ni del estalinismo ni del troskismo.


Su primer contacto masivo con la política fue con la discusión nacional, la laica o la libre: “Yo me venía desde Zárate para armar lío acá en Buenos Aires, fue en lo primero que participe masivamente”. A los dieciocho años, ya bien nutrido gracias a su paso por la biblioteca y las charlas con el alemán, se acercó a Praxis, la agrupación fundada por Silvio Frondizi, a quien considera uno de los marxistas mejor formados de la Argentina. En ese momento se auto denominaban la “nueva izquierda”, ya que tenían como referente al Che Guevara, y en ese momento el estalinismo ruso, en Argentina el Partido Comunista, y el troskismo, negaban rotundamente su figura como referente serio de la Revolución. Praxis fue un organismo que, según Mattini, sirvió para la formación de muchos dirigentes políticos, entre ellos él, y de otra tanta gente, como por ejemplo Pepe Eliaschev. Praxis no pudo ir mucho más allá porque las condiciones no estaban dadas para un movimiento revolucionario, la acción política era de muy poca monta, y las consignas abstractas. En 1968, buscando otras experiencias, ya casado y con dos hijos, se suma al Partido Revolucionario del Pueblo, PRT, y deciden fundar un núcleo en Zárate y Varadero.


Hasta ese momento la militancia era algo extracurricular, primero estaba el estudio, el trabajo, la casa o cualquier otra actividad. Pero la propuesta del PRT eran tan concreta que chocó con la larga formación teórica que hasta ahora había sido para Mattini la militancia. Cuando el partido le dijo que las armas para llevar a cabo la Revolución las iba a proporcionar el enemigo, desde el policía de esquina hasta un cuartel militar, esclareció toda la parte práctica que todavía él no había contemplado. Entonces la vida se le dividió en dos mundos: el real, el de la militancia, y el superfluo, donde se disfrazaba de ciudadano común para ir a la fábrica y atender a los chicos.


Mattini trabajaba en la fábrica Dálmine, en Campana, y su mujer era maestra de grado. Él ganaba bastante bien, cuatro veces más que ella, y su posición era bastante cómoda. Cuando empieza la militancia fuerte le confiesa a su mujer que iba a dejar el trabajo para dedicarse en tiempo completo al partido. Pasaron a vivir con dos sueldos mínimos y la economía se les vino a bajo. Luis cuenta que al principio a su mujer no le gustó nada, pero que con el tiempo se acostumbró, aunque tal vez no tanto: hoy Mattini vive sólo. Los que sí le reprochan hasta el día de hoy aquella militancia a tiempo completo son sus hijos.


Otro choque práctico grande fue cuando, hablando de finanzas, se tocó la necesidad de asaltar bancos. Él, educado en la cultura obrera, con una gran moral de trabajo, se espantó ante la idea. Dejar de trabajar y asaltar bancos fueron lo dos quiebres que marcaron un cambio radical. Desde allí el centro de su vida pasó a ser la militancia.


Finalmente, contra las predicciones de su padre, viajó varias veces a Cuba. Luego del V Congreso, ya fundado el ERP, fue a entrenarse a Cuba. La primera vez estuvo ocho meses, su mujer quedó casi devastada por eso. Cuando pasó a ser encargado de la parte internacional del PRT viajaba a la isla socialista casi dos veces por año. Fue el miembro del partido que más conoció Cuba, hasta entrevistó a Fidel. Para viajar hasta allá pasaba primero por París, ya que no había controles grandes, y cambiaba su pasaporte por uno falso. De ahí volaba a Praga, luego a Moscú, y después a La Habana. Así pudo conocer el mundo. Pero venían los tiempos duros. Los más duros.


El 24 de marzo de 1976 cae el gobierno títere de Isabel Perón y pocas semanas de después, el 19 de julio, un grupo de tareas del Ejército mata a Mario Roberto Santucho en un departamento de Villa Martelli. Allí Mattini pasó a ser el primer dirigente del PRT y decide viajar a Cuba para pedir un entrenamiento militar y seguir con la lucha. Entonces, en ese momento dejó de ser Arnold Kremer en los papeles y adoptó la identidad de José Rubén Chelinni, por más que se lo conociese oralmente como Luis Mattini. Mientras hablaba de este pasaporte falso, se paró y sacó una pequeña caja de madera de la estantería. La colocó en su falda y empezó a revolver su contenido. “A ver, no me digas que no está lo que quiero mostrarte... será posible...¡Acá está!”, exclamó triunfante mientras sostenía en el aire un pasaporte viejo. Abrí la primera página y ahí estaba mirándome, un Mattini en blanco y negro, de treinta años, con rasgos angulosos y fuertes, bastante lindo. “Todos los datos son reales, Chelinni existe...”, me comenta, con un dejo de misterio en el tono y brillo en los ojos. Suele dejar sin terminar las frases, cuando entiende que su interlocutor comprendió lo que esta diciendo, pero esa vez lo hacía por un motivo distinto. Creo que se dio cuenta de mi emoción: tenía en mis manos un pasaporte falso, sólo concebible en las películas de Bruce Willis. Un pasaporte que había recorrido medio mundo planeando la Revolución. En ese momento sentí que todo que había leído en los libros, toda la entrevista hasta ese momento, se materializaba en ese librito lleno de sellos. Era casi una prueba, de que esa historia sí pasó y fue bien real. “Todos los sellos son reales, los falsos son los de renovación”, aclara cuando hojeo las páginas abarrotadas de entradas y salidas: Cuba, la Unión Soviética, Perú, México, Suecia. Se ríe cuando le pregunto cómo se hacía para obtener un pasaporte falso: “Esas son las cosas que nosotros sabíamos hacer, hacíamos mejores pasaportes que el registro civil”. Conseguían los documentos en blanco cuando asaltaban registros civiles, pero ese pasaporte era casi perfecto, lo acompañó casi diez años, durante casi todo su exilio. Rubén José Chelinni, con esos datos y ese número de identidad, era un señor que trabaja con él en Dálmine. Para averiguar todos los datos lo llamó de parte de Ejecutive S.A., una supuesta empresa que se dedicaba reclutar gente para corporaciones estadounidenses, cosa que era muy común en ese momento. Le preguntó si podía reunirse con su gente para llenar una serie de formularios para la empresa. Envió a un compañero, bien trajeado, en coche alquilado, para que fingiera ser un empleado de Ejecutive S.A., y averiguara todos los datos de su próxima identidad.


Ya con la dictadura pisándole los talones, con Santucho asesinado, y él como máximo dirigente del PRT, sale al exterior con la tarea de organizar la contraofensiva, todavía no hablaban de exilio. Cuando fracasan y se dan cuenta que es imposible reorganizarse y volver a la Argentina, ahí sí, se convierten en exiliados. Vivió en España, Italia y México. Recién en el '82 Mattini viaja a Suecia donde se convierte en asilado político. Allí le dan el pasaporte de las Naciones Unidas, que era válido para todos los países del mundo, menos para Argentina. “Me generó un sentimiento bastante extraño, era un apátrida”, explica Luis.


Pero ese status no se extiende demasiado en el tiempo, tras la derrota de Malvinas y una ascendente resistencia social, cae la dictadura en 1983. Luis regresa a la Argentina, ya en pleno alfonsinismo y con intenciones de construir un proyecto nuevo. Se dio cuenta que esto ya era imposible. Se acercó al Partido Comunista, que estaba en un proceso de autocrítica fuerte por su actitud dual ante la dictadura militar. Mattini se hizo cargo de la revista Ideología y Política. Tras la caída del muro de Berlín y el final abrupto del “socialismo real”, el partido se deshizo. “El PC volvió a hacer de la suyas”, recuerda Mattini. Así, se alejó nuevamente de la militancia.


En Suecia escribió “Hombres y Mujeres del PRT-ERP”, con el fin de reconstruir la historia del partido y poder analizar en qué habían fallado. Luego, ya en Argentina, escribió, entre los más conocidos, el “Encantamiento Político”, “Los Perros”, “Cartas Profanas” y “El Secreto de Lisboa”.


Luis no se detiene demasiado a enumerar su obra, de una extensión y calidad que muchos envidiarían, en cambio prefiere recordar un domingo de hace ya casi cinco años, cuando hojeando el diario -cree que fue el Página 12- encontró una nota a Camilo Blajaquis, el pibe chorro poeta. En la entrevista Camilo cuenta como la literatura le salvó la vida, y en la foto, tenía un ejemplar de “Los Perros” en las manos. Fue al instituto de menores donde estaba preso y pidió hablar con Camilo, que se sorprendió muchísimo con la visita. Él poeta no sabía que el más emocionado era, en realidad, el ex guerrillero. Mantuvieron el contacto hasta que Camilo salió en libertad, y el editor de los libros de Luis le propuso publicar su primer trabajo de poesía. Finalmente, el libro se publicó y Mattini le hizo el prólogo y lo presentó en la Feria del Libro. Así se convirtió en una especie de referente y guía para Camilo. “Mi miedo era que al salir, volviese a la villa y se convirtiese de vuelta en pibe chorro, o que siga un camino parecido al de Gatica y termine agrandado por la prensa que se le da a su caso”, explica Luis, y critica a ese pensamiento moralista del “si uno puede todos pueden”, que deposita la responsabilidad en el pibe chorro y no en los aparatos represivos y de servicios sociales del Estado.


Se acaba el agua en el termo, pero la charla se extiende un poco más. Cuenta que actualmente trabaja en la Defensoría del Pueblo de la Nación, donde se dedica a defender a las personas del abuso del Estado. Es el asesor del encargado de todos los derechos sociales que atiende la Defensoría. Entró hace once años, durante el gobierno de De la Rúa, antes trabaja en su propio taller de reparación de muebles.


Acostumbrado a hablar sobre su militancia, repite el mismo relato casi con exactitud en todas las entrevistas. Siempre aclara, antes de empezar: “Todo lo que diga puede ser usado en mi contra, total después puedo negar todo”. Mattini se ríe mucho. Aquella frase del Che parece materializarse en este hombre: “Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás”.


Y Luis es un hombre tierno. Habla de sus emociones, sin vergüenza ni tapujos. Habla sobre la derrota. No el hecho en sí, no cuando el PRT decidió no volver del exilio. Se refiere al sentimiento dentro su cuerpo. Y dice que la verdadera derrota la siente ahora. “Me molesta mucho la cantidad de compañeros que ven que este es el único mundo posible, es como si nos hubieran derrotado la voluntad de las ideas”, confiesa Mattini, con una mueca de dolor. “Nos derrotaron la posibilidad de que el mundo pueda cambiar”. Dice que no se le puede exigir nada a este gobierno. “Nunca dijeron ser el Che Guevara”, aclara, pero tampoco ve que alguien pueda gobernar mejor. Le duele ver a sus antiguos compañeros de militancia engolosinados con un gobierno “nacional y popular”, cuando ellos luchaban por una Revolución internacional, llevada a cabo por la clase obrera.


Por un momento deja de lado la verborrea. Creo que tal vez hasta se le nubla la vista. Pero no. Me mira y casi como en una lección, me dice que derrota es cuando se pierden los sueños, cuando se pierde la rebeldía. Y él todavía sueña. Sueña, y un poco ya lo olfatea. Cuenta que percibe una cantidad grande de jóvenes que empiezan a pensar de otra manera, empiezan a rechazar al Estado como autoridad. “Claramente no son los militantes de la Cámpora”, aclara divertido. Vislumbra que se está empezando a abrir una época en que las cosas vuelven a cobrar sentido, en el que las luchas sociales encuentran el camino para llevarse a cabo. Luis Mattini sueña con que los chicos que ahora tienen veinte años, inventen algo. Y no se refiere a una guerrilla. Mientras describe ese proceso político, levanta los brazos y mirando hacia adelante, como si los viera, exclama: “¡Eu chicos!, déjenme ir con ustedes ¿no me hacen un lugar?”.


El IMPA desde adentro.

Un día en la vida de Gustavo.



Desactualizada, pero biografía al fin.

Autobiografía telefónica

Ana mira el reloj, las diez de la noche. Pone la bandeja con la cena en el horno. Sabe que en más o menos media hora llega Mariana, su hija, de estudiar.

-Qué tarde anda por la calle, una chica de veinte años sola... me da miedo que le pase algo- piensa, mientras mira la luna por la ventana de la cocina.

-Pero bueno -reflexiona, ahora en voz alta- otra no le queda, si a la mañana cursa en la UBA... qué carrera tan linda Historia. El año que viene va a tener que empezar a laburar: “hasta que termines TEA te bancamos”, dijimos... seguro se siente presionada.

El teléfono interrumpe sus pensamientos maternales. No le hace falta correr para atender, en su departamento todo está cerca.

-Hola, ¿está Mariana?.

-No, no se encuentra, ¿de parte de quién?.

-De Mauro, un compañero del Nacional 17, fuimos juntos al colegio, en Caballito, ¿se acuerda?.

-Ah, si, si, me acuerdo, ¿cómo estás Mauro?. Está en TEA ella ahora, estudia periodismo.

-Ahh... el otro día me la cruce en una marcha y estaba sacando fotos, quedamos en juntarnos.

-Claro, seguro estaba haciendo algo para la escuela de fotografía.

-Yo tengo ganas de empezar a estudiar foto. ¿En dónde estudia ella?.

-En ARGRA, la Asociación de Reporteros Gráficos, la carrera se llama fotoperiodismo.

-Le voy a preguntar cómo es la cosa ahí.

-Sí esta chocha ella, le encanta sacar fotos, seguro que te lo recomienda. Viste que su papá es periodista, parece que algo mamo de eso...

-Si me acuerdo, ella me contó de su papá, ¿sigue viviendo en Venezuela?.

-Claro, tiene un hijo allá, de un añito, una hermosura.

-¡Qué bueno! Debe estar re contenta Maru.

-¡Sii! esta feliz con su hermano, viaja dos veces por año mas o menos, y su papá también viene acá, así que se ven seguido. ¿Cómo anda tu mamá, Mauro?, hace mucho que no me la cruzo acá por Almagro.

-Mi mamá re bien, sigue ahí en el estudio jurídico. Me acuerdo que cuando Maru me acompañaba le preguntaba cosas, por que ella quería ser abogada antes.

-¡Cierto! No me acordaba. Ya en quinto año se decidió por periodismo, primero ella apuntaba cien por ciento a la fotografía, quería ser reportera gráfica y nada más, empezó TEA como un complemento de la foto de hecho, pero ahora descubrió otras cosas... ¿Conocés TEA vos?.

-Si, un amigo va a ahí...

-Claro, claro, entonces sabés lo que hacen... ella empezó ahí y ahora está virando un poco de rumbo viste, se quiere dedicar también a hacer radio, a escribir, por eso empezó historia en la UBA, para aprender contenido que TEA no da. No sabe bien a dónde irá a parar, pero la fotografía quedó en segundo plano, ve más viable empezar a laburar en otros espacios...

-¿Pero ella está en NOS digital no? Siempre me manda mails cuando la revista saca nuevos números...

-Si también, ahí hace fotos, esta muy entusiasmada con el proyecto. Lo hacen con varios pibes ahí de TEA. Está muy buena la revista...

-Si es buenisima, me gusta por que no se casan con nadie, le pegan un poco a todos, pero expresan su posición... eso es importante para mi, si intentás ocultarla das tu postura como objetiva, y no permitís que la gente tenga elementos para juzgar tu información.

-Sin duda, sin duda. Mauri, te dejo por que estoy haciendo la comida, carne al horno con papas, la preferida de tu amiga.

-Bueno Ana, un gusto volver a charlar con vos, espero verlas pronto.

-Gracias querido, suerte y saludos a la familia, chau chau.

Cuelga y va a dar vuelta las papas. Casi se queman. Escucha el ruido de las llaves abriendo la puerta. Llegó Mariana.