Retrato del verdadero militante
Callao y Corrientes. Cinco y media de la tarde. Lo busco entre la multitud. Estoy segura que lo voy a reconocer de lejos. Que un ex líder del PRT no puede mimetizarse tan fácilmente en el mundo de oficinistas sordos. Es más, creo que resaltará entre la gente instantáneamente, como un caballo blanco entre miles de cebras. No es posible que un hombre con tal historia se vea igual que un empleado gris. Pero no. No hay diferencia. Lo reconozco sólo cuando logro ver bien su cara y mi cabeza hace la inmediata comparación con la foto que había visto en internet. “Así que es éste”, pienso. Este hombre grandote, de anteojos y traje. El sí parece haberme reconocido desde lejos. Se acerca directamente a mi y me extiende la mano: “Buenas tardes, soy Luis Mattini”.
Caminamos dos cuadras hasta su departamento. Este señor de setenta años se agita al andar y arrastra los pies. Llegamos al edificio y me señala su balcón, con orgullo. Es el único que tiene plantas, ¡y cuántas!. “Las cuido yo”, aclara. Dice que varias veces le pidieron que las saque por si alguna maceta se cae y aplasta a alguien. “Eso no tiene sentido, aparte ni loco, son mis plantas”. Entramos al departamento de un ambiente, dividido por un separador de madera. Del otro lado está la cama y una pequeña mesa con la computadora. Me siento en un sillón individual pegado a un enorme escritorio de madera, mientras Mattini se saca la corbata. Las paredes que no cubren las dos enormes bibliotecas, están empapeladas por posters o fotos. Algunas en blanco y negro, otras en color. Cortazar me mira fijo desde un cuadro a lado de la puerta, como vigilándome. Atrás mío está la cocina, con un fernet Branca en la mesada. “Los de La Nación sacaron una nota que me dio vergüenza. Ya cuando tenia trece o catorce años jugábamos por la coca cola con fernet, y estos dicen que es una tendencia nueva”, se ríe Mattini. El ex militante y dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores, y uno de los fundadores del Ejército Revolucionario del Pueblo, señala a los personajes congelados en las fotos: “Este es mi hijo menor, con mi mamá. Y este es mi hermano, también militante del PRT y desaparecido en la última dictadura”.
Su verdadero nombre es Arnold Kremer, aunque todos lo conocen como Luis Mattini, identidad que adoptó cuando entró al PRT en 1968. Nació en Zárate en una casa modesta, con padre y madre empleados de un frigorífico, del que vivía la mayor parte de la ciudad. Terminó la escuela primaria en Lima, el pueblo dentro del partido de Zárate que alberga la central atómica de Atucha. Como allí no había escuela secundaria estudió dibujo por correspondencia. A los trece años se mudó a la ciudad y entró a la Escuela de Aprendices Operarios de la Marina de Guerra. Ahí aprendió el oficio de herrero industrial. Pero desde mucho antes Arnold ya se parecía a Luis. “Tuve una infancia peronista, con todo lo bueno que eso tiene: todos los nenes teníamos juguetes. Pero en la escuela enseñaban religión, cosa que todo el mundo se olvida”. Casi como ya sabiendo esto, un día, en cuarto grado, se plantó frente a la maestra y le dijo que él no quería estudiar religión porque no creía. La maestra puso el grito en el cielo y llamó a sus padres, ateos, para hablar sobre la necesidad de que el futuro guerrillero tuviera una religión. Al poco tiempo tuvieron que volver, porque Arnold le replicó a la maestra, durante una clase sobre la Segunda Guerra Mundial, que no entendía por que hacía tanto escándalo con los alemanes, si en definitiva los que se habían metido con nosotros eran los ingleses. Mattini se mata de risa cuando recuerda esas anécdotas: “Siempre fui cuestionador, después mi papá me explicaba que había ciertas cosas que era mejor no discutir”. Su padre no se metía en política, en su casa no eran militantes. Pero sí hablaban mucho de cómo era Argentina cuando ellos eran jóvenes. Le contaban cómo habían sido explotados en el frigorífico cuando estaba en manos de los ingleses. Así que para Mattini fue como si hubiera vivido en carne propia la década de 1930.
Cuando tenía quince años se acercó a la biblioteca José Ingenieros: “Esa fue mi universidad”. Mattini no tiene ni siquiera título secundario, lo único que lo alegra es que Borges tampoco. Su padre lo motivó a contactarse con la biblioteca, ya que frecuentaba mucho el club Dorrego, donde se la pasaba jugando al billar. Ya de chico estaba acostumbrado a los libros: su papá le decía que como eran pobres no iba a poder viajar, entonces tenía que leer. Un día, casi de casualidad, agarró una biografía de Marx y Hengels. Mientras cuenta esto hace la mímica del momento: extiende hacia arriba las palmas de las manos, como si sostuviera el libro, y abre grande los ojos, cómo quien acaba de descubrir la respuesta a todas las preguntas. Cuando lo devuelve se encuentra con el alemán que le pregunta si había entendido lo que acababa de leer. Le responde que sí, con la pedantería de cualquier adolescente. “No, usted no entendió”, le contestó el alemán. Entonces le explicó lo que era el marxismo. Y así se convirtió en su maestro, por varios años más. Este hombre había sido del grupo espartaquista en Alemania, un movimiento revolucionario, cuya figura principal fue Rosa Luxemburgo, quien mantuvo en sus años de vida cierta posición crítica hacia la revolución bolchevique. Por eso de muy joven Mattini se hizo marxista, pero, según él, con la ventaja de que su maestro no provenía ni del estalinismo ni del troskismo.
Su primer contacto masivo con la política fue con la discusión nacional, la laica o la libre: “Yo me venía desde Zárate para armar lío acá en Buenos Aires, fue en lo primero que participe masivamente”. A los dieciocho años, ya bien nutrido gracias a su paso por la biblioteca y las charlas con el alemán, se acercó a Praxis, la agrupación fundada por Silvio Frondizi, a quien considera uno de los marxistas mejor formados de la Argentina. En ese momento se auto denominaban la “nueva izquierda”, ya que tenían como referente al Che Guevara, y en ese momento el estalinismo ruso, en Argentina el Partido Comunista, y el troskismo, negaban rotundamente su figura como referente serio de la Revolución. Praxis fue un organismo que, según Mattini, sirvió para la formación de muchos dirigentes políticos, entre ellos él, y de otra tanta gente, como por ejemplo Pepe Eliaschev. Praxis no pudo ir mucho más allá porque las condiciones no estaban dadas para un movimiento revolucionario, la acción política era de muy poca monta, y las consignas abstractas. En 1968, buscando otras experiencias, ya casado y con dos hijos, se suma al Partido Revolucionario del Pueblo, PRT, y deciden fundar un núcleo en Zárate y Varadero.
Hasta ese momento la militancia era algo extracurricular, primero estaba el estudio, el trabajo, la casa o cualquier otra actividad. Pero la propuesta del PRT eran tan concreta que chocó con la larga formación teórica que hasta ahora había sido para Mattini la militancia. Cuando el partido le dijo que las armas para llevar a cabo la Revolución las iba a proporcionar el enemigo, desde el policía de esquina hasta un cuartel militar, esclareció toda la parte práctica que todavía él no había contemplado. Entonces la vida se le dividió en dos mundos: el real, el de la militancia, y el superfluo, donde se disfrazaba de ciudadano común para ir a la fábrica y atender a los chicos.
Mattini trabajaba en la fábrica Dálmine, en Campana, y su mujer era maestra de grado. Él ganaba bastante bien, cuatro veces más que ella, y su posición era bastante cómoda. Cuando empieza la militancia fuerte le confiesa a su mujer que iba a dejar el trabajo para dedicarse en tiempo completo al partido. Pasaron a vivir con dos sueldos mínimos y la economía se les vino a bajo. Luis cuenta que al principio a su mujer no le gustó nada, pero que con el tiempo se acostumbró, aunque tal vez no tanto: hoy Mattini vive sólo. Los que sí le reprochan hasta el día de hoy aquella militancia a tiempo completo son sus hijos.
Otro choque práctico grande fue cuando, hablando de finanzas, se tocó la necesidad de asaltar bancos. Él, educado en la cultura obrera, con una gran moral de trabajo, se espantó ante la idea. Dejar de trabajar y asaltar bancos fueron lo dos quiebres que marcaron un cambio radical. Desde allí el centro de su vida pasó a ser la militancia.
Finalmente, contra las predicciones de su padre, viajó varias veces a Cuba. Luego del V Congreso, ya fundado el ERP, fue a entrenarse a Cuba. La primera vez estuvo ocho meses, su mujer quedó casi devastada por eso. Cuando pasó a ser encargado de la parte internacional del PRT viajaba a la isla socialista casi dos veces por año. Fue el miembro del partido que más conoció Cuba, hasta entrevistó a Fidel. Para viajar hasta allá pasaba primero por París, ya que no había controles grandes, y cambiaba su pasaporte por uno falso. De ahí volaba a Praga, luego a Moscú, y después a La Habana. Así pudo conocer el mundo. Pero venían los tiempos duros. Los más duros.
El 24 de marzo de 1976 cae el gobierno títere de Isabel Perón y pocas semanas de después, el 19 de julio, un grupo de tareas del Ejército mata a Mario Roberto Santucho en un departamento de Villa Martelli. Allí Mattini pasó a ser el primer dirigente del PRT y decide viajar a Cuba para pedir un entrenamiento militar y seguir con la lucha. Entonces, en ese momento dejó de ser Arnold Kremer en los papeles y adoptó la identidad de José Rubén Chelinni, por más que se lo conociese oralmente como Luis Mattini. Mientras hablaba de este pasaporte falso, se paró y sacó una pequeña caja de madera de la estantería. La colocó en su falda y empezó a revolver su contenido. “A ver, no me digas que no está lo que quiero mostrarte... será posible...¡Acá está!”, exclamó triunfante mientras sostenía en el aire un pasaporte viejo. Abrí la primera página y ahí estaba mirándome, un Mattini en blanco y negro, de treinta años, con rasgos angulosos y fuertes, bastante lindo. “Todos los datos son reales, Chelinni existe...”, me comenta, con un dejo de misterio en el tono y brillo en los ojos. Suele dejar sin terminar las frases, cuando entiende que su interlocutor comprendió lo que esta diciendo, pero esa vez lo hacía por un motivo distinto. Creo que se dio cuenta de mi emoción: tenía en mis manos un pasaporte falso, sólo concebible en las películas de Bruce Willis. Un pasaporte que había recorrido medio mundo planeando la Revolución. En ese momento sentí que todo que había leído en los libros, toda la entrevista hasta ese momento, se materializaba en ese librito lleno de sellos. Era casi una prueba, de que esa historia sí pasó y fue bien real. “Todos los sellos son reales, los falsos son los de renovación”, aclara cuando hojeo las páginas abarrotadas de entradas y salidas: Cuba, la Unión Soviética, Perú, México, Suecia. Se ríe cuando le pregunto cómo se hacía para obtener un pasaporte falso: “Esas son las cosas que nosotros sabíamos hacer, hacíamos mejores pasaportes que el registro civil”. Conseguían los documentos en blanco cuando asaltaban registros civiles, pero ese pasaporte era casi perfecto, lo acompañó casi diez años, durante casi todo su exilio. Rubén José Chelinni, con esos datos y ese número de identidad, era un señor que trabaja con él en Dálmine. Para averiguar todos los datos lo llamó de parte de Ejecutive S.A., una supuesta empresa que se dedicaba reclutar gente para corporaciones estadounidenses, cosa que era muy común en ese momento. Le preguntó si podía reunirse con su gente para llenar una serie de formularios para la empresa. Envió a un compañero, bien trajeado, en coche alquilado, para que fingiera ser un empleado de Ejecutive S.A., y averiguara todos los datos de su próxima identidad.
Ya con la dictadura pisándole los talones, con Santucho asesinado, y él como máximo dirigente del PRT, sale al exterior con la tarea de organizar la contraofensiva, todavía no hablaban de exilio. Cuando fracasan y se dan cuenta que es imposible reorganizarse y volver a la Argentina, ahí sí, se convierten en exiliados. Vivió en España, Italia y México. Recién en el '82 Mattini viaja a Suecia donde se convierte en asilado político. Allí le dan el pasaporte de las Naciones Unidas, que era válido para todos los países del mundo, menos para Argentina. “Me generó un sentimiento bastante extraño, era un apátrida”, explica Luis.
Pero ese status no se extiende demasiado en el tiempo, tras la derrota de Malvinas y una ascendente resistencia social, cae la dictadura en 1983. Luis regresa a la Argentina, ya en pleno alfonsinismo y con intenciones de construir un proyecto nuevo. Se dio cuenta que esto ya era imposible. Se acercó al Partido Comunista, que estaba en un proceso de autocrítica fuerte por su actitud dual ante la dictadura militar. Mattini se hizo cargo de la revista Ideología y Política. Tras la caída del muro de Berlín y el final abrupto del “socialismo real”, el partido se deshizo. “El PC volvió a hacer de la suyas”, recuerda Mattini. Así, se alejó nuevamente de la militancia.
En Suecia escribió “Hombres y Mujeres del PRT-ERP”, con el fin de reconstruir la historia del partido y poder analizar en qué habían fallado. Luego, ya en Argentina, escribió, entre los más conocidos, el “Encantamiento Político”, “Los Perros”, “Cartas Profanas” y “El Secreto de Lisboa”.
Luis no se detiene demasiado a enumerar su obra, de una extensión y calidad que muchos envidiarían, en cambio prefiere recordar un domingo de hace ya casi cinco años, cuando hojeando el diario -cree que fue el Página 12- encontró una nota a Camilo Blajaquis, el pibe chorro poeta. En la entrevista Camilo cuenta como la literatura le salvó la vida, y en la foto, tenía un ejemplar de “Los Perros” en las manos. Fue al instituto de menores donde estaba preso y pidió hablar con Camilo, que se sorprendió muchísimo con la visita. Él poeta no sabía que el más emocionado era, en realidad, el ex guerrillero. Mantuvieron el contacto hasta que Camilo salió en libertad, y el editor de los libros de Luis le propuso publicar su primer trabajo de poesía. Finalmente, el libro se publicó y Mattini le hizo el prólogo y lo presentó en la Feria del Libro. Así se convirtió en una especie de referente y guía para Camilo. “Mi miedo era que al salir, volviese a la villa y se convirtiese de vuelta en pibe chorro, o que siga un camino parecido al de Gatica y termine agrandado por la prensa que se le da a su caso”, explica Luis, y critica a ese pensamiento moralista del “si uno puede todos pueden”, que deposita la responsabilidad en el pibe chorro y no en los aparatos represivos y de servicios sociales del Estado.
Se acaba el agua en el termo, pero la charla se extiende un poco más. Cuenta que actualmente trabaja en la Defensoría del Pueblo de la Nación, donde se dedica a defender a las personas del abuso del Estado. Es el asesor del encargado de todos los derechos sociales que atiende la Defensoría. Entró hace once años, durante el gobierno de De la Rúa, antes trabaja en su propio taller de reparación de muebles.
Acostumbrado a hablar sobre su militancia, repite el mismo relato casi con exactitud en todas las entrevistas. Siempre aclara, antes de empezar: “Todo lo que diga puede ser usado en mi contra, total después puedo negar todo”. Mattini se ríe mucho. Aquella frase del Che parece materializarse en este hombre: “Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás”.
Y Luis es un hombre tierno. Habla de sus emociones, sin vergüenza ni tapujos. Habla sobre la derrota. No el hecho en sí, no cuando el PRT decidió no volver del exilio. Se refiere al sentimiento dentro su cuerpo. Y dice que la verdadera derrota la siente ahora. “Me molesta mucho la cantidad de compañeros que ven que este es el único mundo posible, es como si nos hubieran derrotado la voluntad de las ideas”, confiesa Mattini, con una mueca de dolor. “Nos derrotaron la posibilidad de que el mundo pueda cambiar”. Dice que no se le puede exigir nada a este gobierno. “Nunca dijeron ser el Che Guevara”, aclara, pero tampoco ve que alguien pueda gobernar mejor. Le duele ver a sus antiguos compañeros de militancia engolosinados con un gobierno “nacional y popular”, cuando ellos luchaban por una Revolución internacional, llevada a cabo por la clase obrera.
Por un momento deja de lado la verborrea. Creo que tal vez hasta se le nubla la vista. Pero no. Me mira y casi como en una lección, me dice que derrota es cuando se pierden los sueños, cuando se pierde la rebeldía. Y él todavía sueña. Sueña, y un poco ya lo olfatea. Cuenta que percibe una cantidad grande de jóvenes que empiezan a pensar de otra manera, empiezan a rechazar al Estado como autoridad. “Claramente no son los militantes de la Cámpora”, aclara divertido. Vislumbra que se está empezando a abrir una época en que las cosas vuelven a cobrar sentido, en el que las luchas sociales encuentran el camino para llevarse a cabo. Luis Mattini sueña con que los chicos que ahora tienen veinte años, inventen algo. Y no se refiere a una guerrilla. Mientras describe ese proceso político, levanta los brazos y mirando hacia adelante, como si los viera, exclama: “¡Eu chicos!, déjenme ir con ustedes ¿no me hacen un lugar?”.
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